27/7/08

El molín de Mingo

Pues nada, como los que viajáis no decís nada de vuestros viajes por el mundo, yo voy a hacer una pequeña crítica gastronómica.
Ayer, sábado, en El molín de Mingo, en algún lugar de Peruyes, concejo de Parres, Asturias. El susodicho molín se encuentra escondidillo, así que para encontrarlo conviene que te indique (mejor si te lleva, y si encima paga, ya es la bomba) alguien que lo haya conocido previamente. El entorno es casi perfecto, con sus montañitas, su río, sus gallinas, ovejas y patos sueltos por ahí. Luego el comedor queda un poco raro, porque es un edificio nuevo, construido en plan casa rural, con su techo de vigas vistas... y un peazo viga de acero y otras dos que la sujetan en medio del salón.
Luego está el asunto de la comida. La carta es limitadita. Más o menos tenían: croquetas, tortos, fabada, cabrito, pitu de caleya con arroz, pitu de caleya con patatas, y quizá se me estén olvidando una o dos cosas, pero no más. Como la expedición se componía de seis adultos y tres menores, pedimos todo lo que os he dicho menos el pitu de caleya con patatas. Y os cuento lo interesante:
De entrante nos dieron (antes de pedir nada) una crema de queso gamonedo que voló en quince segundos, o algo menos. Muy rica.
Las croquetas estaban muy buenas. Caseras de verdad.
Los tortos estaban bien, aunque tampoco mataban. Venían cinco, uno con morcilla, otro con huevo, otro con picadillo, otro con algo blanco que sabía a pescado ahumado, y otro con una cosa anaranjada, llena de cebolla y picante.
El cabrito, de lo que probamos, lo más regulero. No es que estuviera malo, que tampoco es eso, pero quedaba en una cosa la mar de normalita.
La fabada estaba muy buena. Tampoco puedo decir mucho más, ya sabéis todos lo que es una fabada.
Y lo mejor, el pitu de caleya con arroz. Traducido, pollo de corral (no de camino) con arroz. En realidad, un arroz caldoso con pollo que estaba de muerte. Sin ninguna duda, el segundo mejor arroz que he comido en mi vida. Y no tengo nada más que decir.
El café lo hacen de puchero, y también está un rato bueno. Te ponen en la mesa la jarra con el café, la leche, azúcar blanco y moreno, y ahí te apañes. Una pena que viene justito: sólo pudo repetir café el patriarca de la expedición.
Y de postre, probamos la tarta de la güela, y los frixuelos con chocolate y con crema de queso y toffe. La tarta estaba deliciosa; los frixuelos con chocolate bastante normalinos y los de crema de queso y toffe... un puntito demasiado innovadores.
Pequeños inconvenientes: no se puede pagar con tarjeta. El camino que elegimos para dar un paseo después de la comilona era demasiado empinado, mala suerte. Hay que reservar impepinablemente. A los incautos que aparecen por ese recóndito lugar sin haber reservado no los atienden, aunque tengan sitio. Y conviene no adelantarse demasiado, porque no tienen bar, así que no se puede hacer tiempo tomando una cañita.

Total, que el sitio mola. Y el pitu de caleya con arroz está de muerte.

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